Grimorianos

14 de julio de 2010

El malentendido de Hefesto


La virginal Atenea recibió en muchas ocasiones el requerimiento amoroso de sus padres, pero siempre se mantuvo fiel a su idea inicial de ser virgen por vocación. Al fin y al cabo, esa era la petición más importante de su vida y estaba claro que no lo había hecho por capricho, sino porque comprendía que su nacimiento marcaba su destino, separada absolutamente del sexo que ni siquiera había existido en su concepción.

Pero hay un episodio que viene a abonar su decisión mejor que cualquier otro tipo de consideración. Se trata de aquel momento en el que Atenea debe buscar armas para intervenir en Troya. Zeus ha declarado solemnemente que no va a tomar partido por ninguno de los dos bandos. Palas Atenea no quiere dejar de respetar la sagrada voluntad paterna y se dirige al dios de la fragua, a Hefesto, para que él sea el forjador de su arsenal.

Hefesto acepta el encargo y se pone a trabajar, enamorado de la bella y decidida diosa. A pesar de su fealdad, Hefesto ha sido el marido de la bella entre las bellas, de Afrodita (aunque su matrimonio no haya resultado tan satisfactorio y noble como debía de haber sido), y la presencia de Atenea le hace pensar de nuevo en la posible felicidad de estar con una mujer tan maravillosa como aquella que tiene ante sí. Al hablar del precio a pagar por el trabajo, Hefesto indica que le basta el amor de Atenea: ella no puede comprender que sea mucho más que un cumplido lo que tan seriamente ha dicho el herrero de los dioses, pero para Hefesto sí que significa todo la palabra dicha.

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